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Brasil

A menos que el gobierno se restrinja, un boom petrolero arriesga con alimentar los vicios brasileños.

7 de Noviembre de 2011.- En el Atlántico Sur, a mucha profundidad, se está llevando a cabo una vasta operación industrial que los líderes de Brasil dicen que va a convertir a su país en una potencia petrolera a finales de esta década.

Si los ambiciosos planes de Petrobras, la compañía petrolera nacional, llegan a buen término, en 2020 Brasil estará produciendo 5 millones de barriles por día, buena parte de los cuales provendrá de los nuevos campos costa afuera. Eso podría colocar a Brasil entre los cinco principales productores de petróleo.

Si se maneja de manera racional, este auge tiene el potencial de hacer mucho bien. La Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, quiere utilizar el dinero del petróleo para pagar una mejor educación, salud e infraestructura. También quiere usar los nuevos pozos para crear una industria de clase mundial en materia de servicios petroleros.

Pero la bonanza también amenaza con estimular algunos vicios de Brasil: un sistema político despilfarrador y corrupto, un Estado muy poderoso y un mercado interno sobreprotegido, además del abandono de las virtudes del ahorro, la inversión y la formación.

De manera que es preocupante que en Brasil haya mucho más debate sobre cómo gastar el dinero del petróleo antes que cómo desarrollar los campos petroleros. Si la economía de Brasil ha de beneficiarse del crudo, en lugar de ser dominado por éste, una gran parte de los ingresos se deberían guardar en el exterior y ser utilizados para compensar las futuras recesiones. Pero los riesgos más inmediatos están en cómo se extrae el petróleo.

El gobierno ha establecido un complicado marco legal para estos pozos. Su propiedad quedó en manos de Pré­Sal Petróleo, un nuevo órgano estatal cuya misión es simplemente recolectar y gastar el dinero proveniente del crudo. Se concedió un monopolio operacional a Petrobras (aunque la empresa puede celebrar acuerdos de producción compartida con socios privados). La razón era que, dado que todo el mundo sabe dónde está el petróleo, la mayor parte de las ganancias debe ir a la nación. Sin embargo, está la complejidad de explotar pozos que se encuentran a 300 kilómetros mar adentro, bajo 2 kilómetros de agua y hasta 5 kilómetros de sal y rocas.

Para desarrollar los nuevos campos, y construir las instalaciones en tierra, incluyendo refinerías, Petrobras planea invertir US$ 45 mil millones por año durante los próximos cinco años, el mayor programa de inversión de cualquier empresa petrolera del mundo. Eso es demasiado y muy pronto, tanto para Petrobras y para Brasil, sobre todo porque el Gobierno ha decretado que una gran parte del equipamiento necesario como también los suministros deben ser producidos en casa.

¿Cómo ser Noruega y no Venezuela?
Al demandar tanto contenido local, el gobierno puede, de hecho, estar favoreciendo a algunas de las compañías extranjeras líderes en servicio a las petroleras. De cualquier forma, muchas se habrían establecido en Brasil; pero ahora, con menos competencia de precios desde el exterior, encontrarán que será más fácil cobrar más de la cuenta.

Tratando de incrementar la producción demasiado rápido, y al descansar fuertemente en proveedores locales, también amenaza con depredar los negocios de capital no petroleros y la mano de obra calificada (que actualmente sufre fuerte escasez).

El dinero del petróleo ya está contribuyendo a apreciar la moneda de Brasil (real), dañando a empresas que luchan con altos impuestos y una pobre infraestructura.

Cuando se trata de petróleo, es muy difícil encontrar el equilibrio adecuado entre el Estado y el sector privado, y entre el contenido local y el expertise extranjero. Pero se puede hacer. Para poner en marcha su industria de servicios petroleros, Noruega calibró de manera realista, tanto en alcance como en duración, sus reglas locales, requirió proveedores extranjeros para trabajar estrechamente con firmas locales y forzó a Statoil, su compañía petrolera nacional, a competir en contra de sus rivales para desarrollar los pozos petroleros. Y, por sobre todo, invirtió en el entrenamiento de su fuerza laboral.

Pero los brasileños sólo necesitan mirar a Pemex de México para ver la exagerada politización que puede seguir a un auge del petróleo, o a Venezuela para ver cómo el crudo puede corromper a un país. Petrobras no es Pemex. Gracias a una cultura meritocrática y a la disciplina de tener algunas de sus acciones en bolsa, Petrobras es una empresa líder en petróleo de alta mar. Sin embargo, operar como un monopolio es una mala manera de mantener esa ventaja. Felizmente, Brasil no es Venezuela. Sus líderes pueden probarlo cambiando las reglas para ser más como los noruegos (El Mercurio).

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