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Chile

Cristina Orrego (26) trabajó por cinco años en jardines infantiles de la Junji. Angustiada por su bajo sueldo, se inscribió en una capacitación para manejar maquinaria pesada. Ahora se emplea en una mina de Copiapó y, debido al boom del sector, gana tres veces más.

Domingo 27 de Octubre de 2013.- Su pasión eran los niños. Desde que comenzó a cursar la enseñanza media en el Liceo Politécnico Belén de Copiapó, Cristina Orrego (26) sabía que su futuro eran los niños. Por eso, tras egresar en 2005 con el título de técnico parvulario bajo el brazo, comenzó a trabajar en varios jardines infantiles de la Junji: primero “Estrellita”, luego “Radito”, después “Añañucas” y así, durante cinco años. Todo de acuerdo a su plan.

Hoy, Orrego pasa varias horas diarias a bordo de la cabina de la máquina de perforación Jumbo Rocker Boomer , a cientos de metros bajo tierra en la mina Alcaparrosa (a 20 minutos de la capital de la Región de Atacama). Esta madre de tres hijos, cuyo padre fue minero, cuenta que mientras realiza estas faenas analiza que la depresión que sufrió cuando se separó de su ex marido fue probablemente el detonante de que cambiara su estilo de vida y dejara las aulas para bajar a los yacimientos de cobre. Un mundo donde, además, sus ingresos se multiplicaron por tres. Esto, ya que un operario con experiencia puede ganar entre $ 800 mil y un millón de pesos al mes.

“Vivía en Copiapó, pero me había ido con él a Rancagua cuando nos casamos. Después de separarnos, no estaba trabajando y buscaba un curso para distraerme, hacer algo distinto. Por eso me inscribí en el programa de mujer minera, pero no quedé en el primer grupo. Después me llamaron”, relata.

De lunes a viernes durante tres meses, entre las 9.00 y 18.00, Orrego archivó sus conocimientos de educación preescolar y aprendió sobre funcionamiento de motores a diésel, seguridad minera y almacenó en su cabeza la mayor cantidad de minutos que pasó en los simuladores virtuales del equipo jumbo.

Pero no fue todo. Sence, organizador del curso, ofreció el proyecto a Geovita -filial minera de SalfaCorp-, la cual aceptó seguir capacitando a Orrego. El viernes se graduó definitivamente de operadora de jumbo, luego de casi un año de instrucción en terreno, ya contratada por la empresa, que le presta servicios a Freeport, dueña de la mina Alcaparrosa: “Aparte del trabajo en la máquina, pasé dos meses acuñando paredes para conocer bien la pega de minero, y un mes en mantención, para aprender las partes de la máquina y saber principios de la hidráulica”.

“Lo mejor es que Geovita me ofreció un puesto en Copiapó, lo que acepte a ojos cerrados. Acá estaba mi madre, que podía cuidar a mis hijos, tenía amigos, contactos. Era una situación ideal”, dice.

Hasta el viernes, el régimen de Orrego era de cinco días trabajado por dos de descanso, pero eso cambiará. Desde el lunes, tendrá turnos de siete días seguidos. “Pararé siete también, lo que me permitirá estar más con mis hijos. De todos modos, no podré ir a las reuniones del colegio, por ejemplo, pero tengo el apoyo de mi madre”, relata.

UN MUNDO DE HOMBRES

Orrego vive actualmente en la zona norte de Copiapó, en el sector de Cancha Rayada. Su labor específica es la operación de las máquinas jumbo, un aparato de 18 toneladas equipado con martillos perforadores montados en brazos articulados, que más parecen un personaje secundario de la película Transformers.

En el período de instrucción, Orrego también aprendió de sicología, para trabajar junto a hombres. Según cifras del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin), en 2012, más de 236 mil personas trabajaron en el rubro de la minería en el país. De éstas, un 7,8% eran mujeres. En Alcaparrosa laboran 410 personas, de las cuales 20 son mujeres, que se desempeñan, principalmente, en labores administrativas y de limpieza.

La operaria cuenta que si bien las altas remuneraciones eran un incentivo, tenía un miedo inicial: conocía el mundo machista de la minería por su padre, que trabajó en el yacimiento Candelaria, también de la Región de Atacama. Pero dice que los temores se disiparon temprano: “Se han portado un siete, todos me ayudan y aportan, porque todos tienen más experiencia que yo”.

Recalca que hasta le piden consejos relacionados con su antigua ocupación: cómo cuidar a los niños, qué juguetes comprar. Existe harta confianza: “Acá me valoran. Me dicen: sabemos que te cuesta más, tienes tres hijos, estas separadas y aún así ‘aperras’. Eso motiva”. Sobre su labor anterior, dice que trabajar con niños genera una alegría inmensa y permanente, pero asegura que es un mundo ingrato: “Aún se cree que el jardín es una guardería, no un lugar de aprendizaje”.

LTOL

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