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Bolivia

30 de Octubre de 2012.- Sesenta años van a cumplirse este miércoles, dentro de dos días, desde que, el 31 de octubre de 1952, por voluntad de los bolivianos, fueran nacionalizadas las minas que pertenecían a Simón I. Patiño, Mauricio Hoschild y Carlos Víctor Aramayo, conocidos como los “barones del estaño”.

Bolivia nació y sigue siendo un país minero. Después de la victoria de Ayacucho, que acabó con el ignominioso poder español en estas tierras, la riqueza contenida en las minas de plata de Potosí y Oruro despertó la codicia de los nuevos administradores del continente.

Para evitar esos afanes, se creó la República de Bolívar, el 6 de agosto de 1825. Cuando concluyó el ciclo de la plata hacia 1880, entró en escena el estaño, que fue explotado por mineros privados extranjeros y criollos, como Patiño.

El estaño dio, literalmente, de comer a los bolivianos hasta 1985, cuando las cotizaciones internacionales de los minerales cayeron a grado tal que se hizo imposible su explotación lucrativa y el Gobierno de entonces, presidido por el mismo hombre que 33 años había firmado el decreto correspondiente en el campo de María Barzola, decidió poner en la calle a más de 35.000 trabajadores mineros y metalurgistas.
Desde ese momento, luego de un interregno relativamente breve, nació la Bolivia hidrocarburífera, aunque el país jamás perdió su cualidad minera, pero fueron tiempos en los que empresas privadas explotaron la riqueza del subsuelo. Ellas y los cooperativistas que rascaban los socavones para obtener algún producto de sus esfuerzos.

Sin embargo, con el nuevo siglo, se produjo el repunte de las cotizaciones y Bolivia vuelve a ser un país minero, de guardatojo, copajira y silicosis, aunque es inocultable el aporte que generan los hidrocarburos a las arcas nacionales. En algún momento, sin embargo, cuando funcionen los proyectos de explotación del litio del Salar de Uyuni, las cosas volverán a ser como en los viejos tiempos, cuando el Tesoro General del Estado se sustentaba en las exportaciones mineras. El aporte que hace la planta de fundición de Vinto y el próximo funcionamiento de Karachipampa, seguramente obligarán a reactivar la Empresa Nacional de Fundiciones. Será necesario que a estos hornos se sumen los de Telamayu para fortalecer este emprendimiento. Vinto opera con concentrados de estaño; Karachipampa, con concentrados de plomo y plata, y Telamayu, con concentrados de bismuto.

El mejor homenaje que se puede brindar a los trabajadores del subsuelo es aprobar un nuevo Código de Minería, que contemple una mayoritaria presencia estatal, como sucedía en tiempos de auge de la Corporación Minera de Bolivia, sin desdeñar la iniciativa privada y al sector cooperativo, todos con reglas claras y conocimiento de sus derechos y deberes, pero sobre la base anotada de que todos los recursos naturales contenidos en el país son patrimonio de todos los bolivianos y no son patrimonio exclusivo de grupos de privilegiados.

Laprensa.com.bo
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