Chile
Por Sebastián Quiñones, director estratégico Cámara Internacional del Litio y Energías -CIL Lithium-, y director para América Latina, Rain City Resources Inc.

miércoles 26 de noviembre del 2025.- La filosofía profunda se parece a la minería. Ambas excavan para revelar lo oculto. Humberto Giannini (1927-2014) —filósofo chileno conocido por su obra sobre la experiencia moral cotidiana y conceptos como la “acidia” o tedio existencial— lo comprendió cabalmente: su lectura del demonio del mediodía, ese tedio medieval que inmovilizaba al monje a mitad de la jornada, no destruye sino que detiene. No derrumba sino que suspende. Y precisamente por eso, ilumina.
Hoy, la minería chilena habita ese mediodía filosófico. Reconoce lo que ha construido, pero aún no define con claridad qué quiere edificar hacia adelante. No es decadencia. Es pausa cargada de potencia.
Ese “cansancio del mediodía” no es metáfora. Más de 760 depósitos de relaves acumulan décadas de historia mineral, pero también oportunidades dormidas: cobalto residual, tierras raras pesadas —las más valiosas del grupo, incluyendo disprosio, terbio y europio—, renio, vanadio, metales del grupo del platino, magnetitas de alto valor que podrían integrarse a cadenas tecnológicas avanzadas. A esto se suma una institucionalidad que todavía no incorpora plenamente la recuperación estratégica de elementos críticos como política de Estado, aunque la Estrategia Nacional de Minerales Críticos y la reciente ley que reduce tiempos de permisos en hasta un 70% señalan un camino posible.
Giannini diría que ese es exactamente el territorio del demonio: el instante en que la tarea deja de sorprender, la claridad se vuelve obtusa y la voluntad se ralentiza. No porque falten recursos —Chile lidera mundialmente con 5.6 millones de toneladas anuales de cobre— sino porque falta la energía narrativa para reordenar su sentido en un mundo que cambió más rápido que nuestras regulaciones.
Lo que Giannini diagnosticaba en el monje cansado nosotros lo vemos en una institucionalidad que sabe que debe transformarse pero aún no encuentra el lenguaje para hacerlo. Ese es el mediodía: no la ausencia de posibilidad, sino la incapacidad momentánea de nombrarla.
La mina que dejamos atrás
Nuestros relaves pueden convertirse en minas urbanas del siglo XXI. No es ciencia ficción. En Rönnskär, Suecia, Boliden extrae 35.000 toneladas anuales de zinc de polvos de acerías mediante lixiviación avanzada. En Canadá, Kemetco logra tasas de extracción superiores al 99% para cobalto, níquel y manganeso de desechos metalúrgicos. En Corea del Sur, LS MnM procesa más de un millón de toneladas anuales convirtiendo escorias en fuentes de indio y germanio para semiconductores.
Chile posee la geología, la experiencia y los relaves. Lo que falta es el marco regulatorio que convierta esa acumulación histórica en activo estratégico. La recuperación de tierras raras pesadas, cobalto y metales del grupo del platino podría integrarse a la cadena de valor de baterías y material catódico —eslabón crítico donde Chile aún exporta potencial en lugar de producto procesado— sin abrir un solo rajo adicional, con costos de reprocesamiento de apenas 1-2 dólares por tonelada versus los 2-15 dólares de la minería convencional.
Esta visión, sin embargo, debe equilibrarse con realismo. La extracción en salares como Atacama ha reducido hasta un 30% los niveles de agua, afectando ecosistemas y comunidades indígenas locales. La solución existe y es exigible: tecnologías de extracción directa de litio (DLE) sin consumo hídrico neto, combinadas con sistemas de reinyección de salmueras, pueden reducir el impacto hídrico en más del 90% respecto a métodos tradicionales de evaporación. En 2025, con 15 depósitos de relaves en construcción y una agenda nacional para su gestión, esta transformación es más factible que nunca, pero solo si integramos sustentabilidad y tecnología desde el origen.
El mediodía no es ocaso: la expansión que no vemos
Persiste, sin embargo, en la opinión pública una sensación derrotista. Un discurso que repite que Chile perdió el tren, que la minería está en retirada. Giannini reconocería aquí el verdadero rostro del demonio del mediodía: no la realidad objetiva, sino la narrativa de cansancio que nubla la percepción de lo que viene.
Porque mientras ese discurso se instala, la minería chilena experimenta una de sus mayores expansiones estratégicas en décadas. Tres alianzas transformarán el panorama del litio nacional: Codelco-SQM en el Salar de Atacama, Codelco-Rio Tinto en Maricunga, y Rio Tinto-Enami en La Isla.
Estos proyectos no son solo expansión productiva. Representan el control estratégico de los tres salares con mayor concentración de litio del mundo medida en partes por millón. Existen salares más extensos, con mayores reservas absolutas quizás, pero ninguno con la densidad mineral de estos yacimientos chilenos. Eso define costos de extracción, eficiencia hídrica, huella ambiental y viabilidad económica en un mercado global cada vez más competitivo.
En conjunto, representan la posibilidad de triplicar la producción nacional, posicionando a Chile como referente en calidad y eficiencia extractiva. Es la consecuencia lógica de integrar capacidad estatal, tecnología de frontera y los mejores activos geológicos del planeta en una estrategia coordinada. Aunque esta expansión debe considerar la volatilidad de precios —con fluctuaciones recientes entre 9.000 y 12.000 USD por tonelada debido a sobreoferta y tensiones geopolíticas— para asegurar estabilidad económica a largo plazo.
Chile no está en declive. Está en mediodía. Y el mediodía —cuando se lo entiende bien— no es sombra. Es pregunta. Es el momento justo antes de que la luz revele el camino de la tarde.
La pausa como acto de potencia
El demonio del mediodía aparece cuando hemos hecho mucho, pero sabemos que podemos hacer más y mejor. Esa es la posición de Chile hoy: no agotado, sino en suspensión estratégica.
Giannini enseñaba que el monje cansado podía elegir: rendirse ante el tedio o convertir esa pausa en lucidez. Chile puede seguir mirando la minería únicamente como extracción masiva, o asumir su nueva dimensión como plataforma tecnológica, energética y cognitiva, incorporando carbono neutralidad para 2050, revalorización de residuos, protección de recursos hídricos en salares y desarrollo de material catódico in situ.
Las señales de esta transformación ya están en marcha. Acuerdos recientes con NTT Data para digitalización minera avanzada, con empresas indias para procesamiento de tierras raras, con institutos de innovación surcoreanos para tecnologías de baterías, junto a espacios de articulación sectorial como CIL Lithium, muestran que Chile está construyendo un ecosistema de conocimiento alrededor de sus recursos.
Si damos el paso —si decidimos recuperar metales críticos, modernizar relaves, integrar nuevas tecnologías y construir valor en vez de exportar potencial bruto— la tarde que viene no será repetición del pasado. Será una tarde luminosa donde Chile comprenderá que puede ser simultáneamente país de recursos y país de conocimiento.
Lo que falta no es geología ni capacidad productiva. Es voluntad narrativa. Capacidad de imaginar la minería no como lo que fuimos, sino como lo que estamos construyendo en este preciso momento.
Como enseñó Giannini, el demonio del mediodía no anuncia la derrota. Anuncia que estamos justo a tiempo para elegir el rumbo correcto. Pero la decisión más importante no se tomará en un yacimiento. Se tomará en una articulación estratégica entre Estado, ciencia, empresas y comunidades. En una ley que reconozca el valor estratégico de lo que hoy consideramos desecho. En una política pública que entienda que la riqueza del futuro no solo se extrae: también se recupera, se procesa, se certifica y se reimagina. En instrumentos como zonas francas especializadas que atraigan innovación y manufactura de componentes críticos. En decisiones que finalmente capturen valor en lugar de exportar potencial.
El mediodía no es el fin del día. Es su punto de inflexión.
Y Chile, si decide despertar de este tedio narrativo, descubrirá que la tarde más luminosa de su minería no solo está por comenzar: ya está en marcha.
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