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Chile

Por Sebastián Quiñones, director África, Medio Oriente e India; Cámara Internacional del Litio y Energías – CIL Lithium.

Litio: Las nuevas venas digitales de América Latina

jueves 11 de septiembre del 2025.- Del litio a la inteligencia artificial, la región puede dejar atrás siglos de extractivismo y convertirse en protagonista de la economía del conocimiento.

El mercado global de baterías pasará de US$120 mil millones en 2023 a más de US$340 mil millones en 2030. En este contexto, Chile no puede seguir atrapado en la lógica reducida de cuánto cobrar por cada tonelada exportada. Esa discusión, aunque relevante, es insuficiente frente a la magnitud de la oportunidad. El verdadero valor del litio no está en la renta inmediata, sino en su capacidad de consolidar al país como plataforma minero-energética de alcance global y, en el futuro, como centro mundial de procesamiento de datos e inteligencia artificial.

El litio no sustituirá al cobre ni al hidrógeno verde, pero cumple un rol esencial. Es la base de las baterías que permiten la electromovilidad, mantienen satélites en órbita y sostienen la operación de centros de datos. Sin él, la economía digital carece de fundamentos materiales. Tanto la cognición humana como la artificial dependen de transformar energía en información: mientras el cerebro consume gran parte de la energía corporal solo para pensar, los sistemas de inteligencia artificial requieren volúmenes eléctricos crecientes para entrenar y operar algoritmos.

En este escenario, Chile posee una convergencia estratégica difícil de replicar. Litio para almacenar, cobre para conducir, cobalto y platinoides para componentes críticos, tierras raras aún por desarrollar y una matriz renovable altamente competitiva. A esto se suman ventajas geográficas únicas como clima árido y proximidad al Ecuador, condiciones que perfilan al país como destino natural para centros de datos de escala planetaria.

La Región de Antofagasta encarna esa concentración de recursos. Produce más de la mitad del cobre chileno, alberga el Salar de Atacama, fuente clave del 25% del litio mundial que genera nuestro país, y registra el mayor PIB per cápita de Chile. Esta densidad productiva no es casualidad, es la base para consolidar un polo de minería y energía capaz de atraer inversiones tecnológicas y digitales de alcance global.

La Estrategia Nacional del Litio ha dado pasos valiosos como la creación del Comité Litio y Salares, el establecimiento de redes de salares protegidos, la participación estatal en el Salar de Atacama, la apertura de procesos de diálogo con comunidades y la fundación del Instituto Litio y Salares. Pero estos avances son apenas un prólogo. La experiencia internacional muestra que la abundancia de recursos naturales no garantiza prosperidad. Países como Venezuela o Nigeria lo prueban. La diferencia está en la fortaleza institucional y en la apuesta temprana por el valor agregado.

Chile ya es un productor relevante de carbonato e hidróxido de litio, pero la siguiente frontera es el fosfato de litio, tendencia tecnológica decisiva en materiales para baterías. Avanzar en esta línea permitiría consolidar la posición del país en las etapas más sofisticadas del circuito productivo. Ese camino puede replicarse en otros minerales estratégicos como platinoides y tierras raras, fortaleciendo la autonomía nacional, capturando más valor en origen y proyectando al país como referente en minería responsable.

La oportunidad no se limita a la minería. Los centros de datos que sostienen la inteligencia artificial requieren energía limpia y marcos regulatorios predecibles. Chile cumple con estas condiciones y, además, ofrece un factor diferencial: la proximidad a los mismos minerales críticos que alimentan la infraestructura digital global. Esta convergencia minero-digital podría transformar al país en plataforma mundial de procesamiento de datos, atrayendo a gigantes tecnológicos con operaciones regionales y centros de investigación avanzada, creando un ecosistema integrado único en el mundo.

La legitimidad será un requisito central. Europa ya exige trazabilidad completa mediante el Pasaporte de Baterías, y la industria enfrenta crecientes cuestionamientos sociales y ambientales. Chile puede diferenciarse no solo por la calidad de su litio, sino también por la certeza absoluta de su origen sustentable. Certificaciones digitales y tecnologías como blockchain permitirían consolidar un estándar de confianza superior a los requerimientos actuales, incluyendo gestión hídrica responsable, carbono neutralidad e impacto social positivo. Convertirse en referente mundial de trazabilidad y sostenibilidad no es un ideal, sino una condición para asegurar competitividad en el mediano plazo.

Al mismo tiempo, la política económica debe innovar. La creación de zonas de desarrollo económico exclusivo, donde compañías mineras, energéticas, tecnológicas y fondos de inversión reinviertan parte de sus utilidades en infraestructura, formación técnica avanzada y polos de innovación, transformaría la renta coyuntural en inversión estructural. Se trata de convertir los ingresos inmediatos en capital humano, conocimiento y ecosistemas productivos de largo plazo.

La dimensión regional es igualmente decisiva. Chile, Argentina y Bolivia concentran el 65% de  las reservas mundiales de litio, más que lo que la OPEP controla en petróleo. Competir fragmentados sería un error estratégico. Un clúster sudamericano de innovación en energías limpias, almacenamiento y procesamiento digital permitiría ejercer liderazgo coordinado en el nuevo orden energético y tecnológico, fortaleciendo la posición negociadora frente a grandes potencias y conglomerados industriales.

Como recordó Eduardo Galeano, durante siglos sufrimos las venas abiertas de América Latina, de donde se drenaron nuestros recursos naturales hacia otros centros de poder. Hoy tenemos la oportunidad histórica de transformar esas venas abiertas en nuevas venas digitales, capaces de alimentar la energía, el conocimiento y la innovación que sostendrán el futuro.

El litio no representa un ciclo de commodities. Es la base de un proyecto nacional que puede instalar a Chile como pilar de la transición energética y como plataforma emergente de la economía digital global. La Estrategia Nacional del Litio abrió el camino, pero el verdadero desafío es superar la lógica extractiva y evolucionar hacia una visión integradora, donde energía, innovación y confianza se articulen como motor de desarrollo. Pensar en sistemas interconectados, más que en toneladas exportadas, será lo que determine si permanecemos como proveedores periféricos o si asumimos el rol de protagonistas en la nueva economía del conocimiento.


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