Joaquín Reyes – Presidente SIMIN 2019
En septiembre de 2015, en Asamblea General de las Naciones Unidas, 193 líderes de todo el planeta acordaron 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, en miras al año 2030 como fecha de cumplimiento de éstos. El mundo avanza vertiginosamente, la tecnología inunda nuestro diario vivir y cambian los hábitos de consumo y productividad de las personas. Todo apunta hacia una nueva civilización, pues se habla de la sociedad del conocimiento, la cual estaría basada en la ciencia, desarrollo e innovación y por supuesto, de la mano del aumento en la producción industrial de las tecnologías necesarias para las nuevas exigencias en la transmisión de información y datos. Toda esta cadena productiva moderna, comienza con la explotación de materias primas. Acá es donde aparece nuestra industria, la minería, la gran proveedora de metales y elementos químicos que son imprescindibles en el desarrollo de nuevas tecnologías.
Sin embargo ocurre que, conforme avanza esta nueva sociedad del conocimiento, las personas, a su vez, toman mayor conciencia sobre el cuidado de nuestro planeta y se dan cuenta de qué sectores productivos están afectando en mayor medida a nuestra naturaleza, generando manifestaciones a nivel mundial que exigen a las autoridades de todos los países mayor cuidado y respeto por el medio ambiente, apuntando directamente a sectores que hacen “el trabajo sucio” de explotar y producir materias primas, tales como el minero, el petrolero o el energético en general. Ocurre entonces la contradicción; la sociedad avanza, produce más conocimiento y exige más y mejores tecnologías para su difusión, ante lo cual se genera una mayor demanda de elementos químicos para la manufactura tecnológica y mayor demanda de energía y luego esta misma sociedad condena enérgicamente a los sectores encargados de proveer estos insumos.
Proyectos como Hidroaysén, Alto Maipo o Minera Dominga, son casos emblemáticos en Chile de este choque que se produce entre una sociedad que consume más recursos y energía, pero que a la vez exige más responsabilidad en su producción. La reacción natural es de enfrentamiento y desentendimiento entre las partes y el resultado es lamentable: o se depreda el medioambiente sin titubeo o se rechazan tajantemente los proyectos desechando oportunidades de inversión o desarrollo.
En el año 2017 tuve la valiosa oportunidad de participar de un voluntariado que realiza el INJUV en conjunto a CONAF, “Vive tus Parques” y casualmente, me asignaron a trabajar en la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, en La Higuera, Región de Coquimbo. Por esos días estaba en la palestra la polémica por el proyecto Dominga y en el campamento de voluntarios, los guardaparques de CONAF nos mostraron en una presentación clara y concisa, cuáles eran las observaciones al proyecto Dominga, lo que se le exigía adicionalmente a la empresa en cuanto a mitigaciones y por qué se estaba optando por frenar el proyecto. La Reserva es de una biodiversidad marina única a nivel mundial, cuya flora y fauna exige un cuidado extremadamente delicado. Sin entrar en el detalle técnico, contrastando entre lo que CONAF nos expuso versus lo que se leía por esos días en los medios de comunicación (y que se mantiene más o menos igual en la actualidad) pude observar una total inconsistencia entre las partes. Algunas voces alegaban persecución política a los dueños de la empresa y por otra parte, la comunidad estaba dividida, principalmente, entre los que querían oportunidades laborales y desarrollo económico en la zona y algunos sectores más radicalizados que sólo veían como solución la anulación del proyecto. El resultado lo zanjó el Ejecutivo y tuvo repercusiones al punto que presentaron su renuncia los ex ministros Rodrigo Valdés y Luis Felipe Céspedes. Actualmente el proyecto se encuentra en la Corte Suprema para definir su viabilidad, por un recurso presentado por una ONG ambientalista para impedir la reevaluación ambiental del proyecto minero-portuario y así quitar cualquier posibilidad de ejecución del mismo. Sacando una conclusión bien general, el proyecto pasó a ser de interés nacional, genera opiniones mayoritariamente negativas en la población, está retrasado en su ejecución y aún tiene incertidumbre sobre su futuro. Algo falló.
¿Qué está pasando? ¿Dónde quedó nuestra capacidad de diálogo? ¿Acaso los y las profesionales a cargo de proyectos olvidaron que lo primero es sentarse a dialogar y escuchar a las comunidades? ¿Acaso las comunidades también olvidaron escuchar a las empresas y autoridades? Pueden haber discrepancias técnicas, algunos números que no se compartan, visiones contrapuestas desde la vereda minera versus la ambiental que nunca van a compatibilizar del todo, pero el resultado es el que proyecto sigue parado, se está perdiendo desarrollo, se están perdiendo recursos económicos y lo peor, se está crucificando un proyecto que perfectamente se pudo mejorar desde fases iniciales.
Pensar que la minería se va a acabar algún día es un error. La minería ha acompañado al ser humano en casi todas sus etapas evolutivas, no en vano la Prehistoria culmina con la Edad de los Metales (cobre, bronce, hierro) y luego da paso a todo el desarrollo de la Historia de la humanidad. La minería es una actividad fundamental en la economía mundial y más aún en la nueva sociedad que se está forjando. Nuevas revoluciones industriales inminentes como la electromovilidad, están a la vuelta de la esquina y la minería nuevamente toma un rol protagónico en esta fase de nuestra historia, pero ocurre que la actividad extractiva a lo largo de su desarrollo ha sido más bien tendiente a la repetición y reacia a la innovación. Lógico, es un negocio y dadas las condiciones particulares que presentan los recursos naturales, la inversión es gigantesca y el riesgo muy alto como para innovar tan a menudo. Sin embargo, como se ha dicho recién el mundo está cambiando y todo indica que la innovación viene a ubicarse como uno de los pilares del nuevo pensamiento contemporáneo, por ende la minería no puede estar ajena y debe tomar la posta de la innovación y usarla para solucionar las nuevas exigencias que se le presentan al negocio.
El desafío de replantear paradigmas de la industria recae naturalmente en las nuevas generaciones que estarán a cargo de la actividad, los y las estudiantes de carreras mineras y afines. Somos nosotros quienes tenemos el deber moral y profesional de enfrentar y adaptarnos a las nuevas exigencias de la sociedad. El desafío no sólo debe ser tomar conciencia de esto, sino que también debe verse reflejado en el día a día en nuestro desarrollo académico y posterior desarrollo profesional. En la vida profesional, debe verse reflejado en la toma de decisiones, en la correcta, clara y responsable evaluación social y medioambiental de proyectos. En la academia debe reflejarse en investigación, desarrollo e innovación, ya no basta con sólo conocer las teorías que se esconden detrás de los procesos productivos usados por décadas en el rubro, debemos dar un paso más allá y atrevernos a cuestionar y replantear estas teorías. Quizás fallemos muchas veces, pero como estudiantes es nuestro deber proponer desde la academia la nueva minería que el mundo exige. Chile como principal productor mundial de cobre, está al debe en materia académica con respecto a naciones como Canadá, Sudáfrica o Australia. Esto debe solucionarse a través de políticas de estado. Desde el 2013 la oferta académica ligada a la minería aumentó considerablemente y quizás ya no debemos verlo tanto como un problema, sino que empezar a verlo como una oportunidad. La oportunidad de generar capital humano avanzado en minería para Chile. Es una tarea titánica y que debe ser política de estado, porque se requerirá apoyo académico de universidades de muchas partes del mundo, pero con la larga trayectoria minera del país, esto ya se transforma en una necesidad más que imperiosa. El objetivo inicial es aportar a la mejora y desarrollo de la minería nacional y en el largo plazo pensar en transformarnos en exportadores de conocimiento asociado a minería y de esta forma, aportar al desarrollo de nuestro país.
Desde la Universidad de Santiago de Chile, una casa de estudios pública y estatal con más de 169 años de historia, que desde sus inicios en la Escuela de Artes y Oficios ha estado ligada al desarrollo productivo nacional, el actual aporte de sus estudiantes mineros va en la organización del XXI Simposium de Ingeniería en Minas – SIMIN 2019, evento académico que desde 1979 congrega a profesionales, académicos y estudiantes del rubro en torno a las principales temáticas que inciden en la disciplina, y que para esta versión del evento, el Comité Organizador ha definido que dos de los cinco ejes temáticos sean Sostenibilidad e I+D+i. Y a lo largo del país, también otras universidades están empezando a generar nuevas instancias de difusión de estas temáticas.
Los objetivos para las nuevas generaciones deben ser claros; estudiar y trabajar por la investigación e innovación con tal de contribuir al desarrollo de una minería sostenible, porque para los mineros, históricamente, el planeta ha sido nuestra fuente directa de trabajo, pero jamás se nos puede olvidar que la Tierra, antes que eso, es nuestro hogar.
lunes 08 de octubre del 2018
Joaquín Reyes – Estudiante de 5° año de Ingeniería Civil en Minas, USACH – Presidente SIMIN 2019.
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