La demanda energética que existe en el mundo de hoy ha tenido un efecto extremadamente nocivo para el medio ambiente, dando paso a un nuevo auge en el uso del carbón. Incluso, la demanda por este es tal, que mientras el gas natural, la gasolina e incluso la plata y el oro bajan su precio, el carbón es el único que sigue subiendo.

Hasta hace poco, se confiaba en un avance sostenido global hacia la descarbonización, pero incluso grandes potencias mundiales como China y una gran parte de Europa se han volcado nuevamente al uso del carbón como fuente principal de energía, en desmedro de otro tipo de generación, como por ejemplo las renovables o la nuclear, para hacer frente al alto nivel de demanda.

Lamentablemente, Chile no es la excepción en esta materia. Nuestro país ha visto el aplazamiento del cierre previsto de centrales a carbón como medida para satisfacer las necesidades energéticas de la población.

El escenario actual es realmente preocupante, no hay otra manera de ponerlo. El depender de combustibles fósiles como el carbón trae como consecuencias, por un lado, una alta dependencia a condiciones externas como el precio internacional y eventual escasez de esta materia prima y, por otro, el daño al medio ambiente que se genera y que es difícilmente revocable.

Afortunadamente y a pesar de este nuevo auge del carbón, existen las energías renovables cuyos insumos son «infinitos», como lo es el sol para la fotovoltaica, por ejemplo. Además, el uso de estas, que incluyen la eólica, geotérmica y eólica, entre otras, fomentan un planeta más limpio y «verde», con menos «zonas de sacrificio».

Que el aumento de la demanda energética sea suplido fundamentalmente a través de materias primas como el carbón es un paso en falso y un retroceso que, a menos que se tomen medidas para revertirlo, sin dudas tendrá graves consecuencias no solo en el largo plazo, sino que también inmediatas para todo el planeta.