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Chile

...De inmediato se puso Lorenzo a buscar a todos los desamparados y enfermos que sobrevivían gracias a la caridad de la Iglesia y les entregó el producto de la venta de ornamentos y cálices...

10 de Agosto de 2012.- El 10 de agosto del año 258 se consumó en Roma el martirio de San Lorenzo. Tres días antes el emperador Valeriano había hecho ejecutar a Sixto II, obispo de Roma y por ende Sumo Pontífice, tras celebrar la Eucaristía en la catacumba de san Calixto. Al ascender al Pontificado, Sixto ordenó diácono a Lorenzo, cercano colaborador suyo. Inminente ya la decapitación del Papa, Lorenzo lloraba y se quejaba de que también ardía en deseos de morir por Cristo. Sixto le anticipó: “tú me seguirás dentro de tres días”. Y alcanzó a encomendarle la distribución entre los pobres del patrimonio de la Iglesia.

De inmediato se puso Lorenzo a buscar a todos los desamparados y enfermos que sobrevivían gracias a la caridad de la Iglesia y les entregó el producto de la venta de ornamentos y cálices.

El prefecto de Roma, conocedor de estas riquezas, tenía sumo interés en apropiárselas y conminó a Lorenzo para que, en un plazo de tres días, le hiciera entrega de ellas, según la doctrina de “dar al César lo que es del César”. El diácono aceptó y, trascurrido el plazo, se presentó ante la autoridad romana con una multitud de viudas, huérfanos, ciegos, lisiados y desvalidos. “Estos son los tesoros de la Iglesia”, explicó Lorenzo. No es difícil imaginar el estupor y la ira del prefecto. Sintiendo que Lorenzo se burlaba de él, hizo preparar una gran parrilla con ascuas vivas casi extinguidas, de manera que el diácono se fuera quemando lentamente. Extendido desnudo y encadenado sobre esta cama de hierro, Lorenzo no perdió la calma ni el buen humor: habiéndose quemado parte de su cuerpo, avisó y pidió que le dieran vuelta, porque ya esa mitad estaba suficientemente asada. Mientras se consumaba la quema del resto de su carne, se mantuvo Lorenzo en constante oración, implorando la conversión de todos los moradores de la ciudad. Sólo la muerte puso término a su plegaria.

Roma conoció y se conmovió ante esta forma singular de martirio. Le dedicó siete iglesias a San Lorenzo, además de la gran Basílica patriarcal sobre su tumba. Durante muchos siglos su fiesta fue la más importante del Santoral, después de la de San Pedro y San Pablo. España (Lorenzo había nacido en Huesca) dedicó a su nombre la maravilla del Escorial, en forma de parrilla.

El orden de los Diáconos reconoce en él, junto a San Esteban, un modelo de lo que el diaconado significa y exige: servir a Cristo y a la Iglesia, tanto en la mesa eucarística como en la mesa de los pobres. Porque en cada pobre está misteriosamente presente Cristo. Y en el servicio a los pobres está la inagotable riqueza de la Iglesia. Tesoro celestial, por cuya posesión todo cristiano está llamado a la diaconía de la caridad hasta el extremo.

DF
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