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Chile

Martes 20 de Agosto de 2013.- Antofagasta. “Con mucho gusto” es la frase distintiva con que sellan su atención. En casi todos los restaurantes, tiendas de ropa y hoteles de Antofagasta hay al menos un colombiano atendiendo.

Su presencia es evidente en el centro y sus alrededores.

Aún más llamativas son las mujeres, sean de tez clara o negra, no solo por su curvilínea figura, sino porque cultivar lo femenino y sensual en su apariencia es parte de su cultura.

Las calles Sucre, Prat o Matta albergan tiendas y peluquerías de colombianos con parlantes en los andenes donde brota con fuerza la salsa, que hace tiempo se propagó por el país.

“El colombiano donde va se hace querer por su alegría”, dice Jarlín Caicedo (31 años), que se convirtió en técnico de neumáticos mineros en Chile, se casó, va a ser padre por segunda vez y hoy preside la primera organización de colombianos en Antofagasta: la Colonia Cafeteros Caribeños.

La presencia de colombianos en la región se disparó en los últimos tres años.

El cónsul en Antofagasta, Julio Viveros, estima que en la región hay más de 11.000 inmigrantes colombianos, de los cuales unos 8.000 viven en la ciudad. De ellos, 20 por ciento son profesionales, técnicos o mano de obra calificada, mientras que 5% están en situación irregular.

La bonanza económica asociada a la minería –el ingreso per cápita allí es $ 1’060.000, según el gobierno regional– y su clima (que no baja de los 10 grados) los sedujeron.

Así se desató un ‘boca a boca familiar’ que llegó a varias regiones del país: desde Buenaventura, hacia Cali y Tuluá, Pereira y Manizales.

“La gente que llega es porque aquí hay trabajo y viene a eso”, subraya el gobernador de Antofagasta, Constantino Zafirópulos. Aquí, dice, hay labores que los chilenos ya no quieren realizar porque son menos remuneradas que las mineras.

Esto motiva a los colombianos que buscan reunir la mayor cantidad de dinero. Lo que ganan en Chile casi se cuadruplica en valor en Colombia.

La mano de obra menos calificada es la que llega en mayor volumen y la que está más dispuesta aprender cualquier oficio, no por menos de 400.000 pesos.

Muchos se imponen plazos de 3 o 5 años para conseguir sus objetivos. Por eso no les importa sacrificarse y vivir sin lujos en residencias ilegales e insalubres. Una pieza les cuesta 90.000 pesos al mes.

En 2002, antes del boom, Slendy Nieto llegó a la capital de la II Región a vivir con su hermana y a estudiar ingeniería comercial en la UCN. “Aquí aprendí a trabajar”, dice en una de las mesas de Mi tierra café, una cafetería en el sur de la ciudad y punto de encuentro de los colombianos y para comer bandeja paisa, sancocho o ajiaco.

Otros colombianos sin títulos profesionales lograron convertirse en pequeños empresarios. Como Darío Álvarez (47), de Barranquilla, dueño de El Borojó, donde también se puede disfrutar de gastronomía típica.

Él llegó sin un peso a Chile, en 2005, junto con su esposa.

Tras pedir en la calle y algunos trabajos, encontraron su veta en los jugos naturales. Luego reunieron el capital para darle vida a El Borojó. Hoy tienen dos residencias y la venta de celulares que maneja su hijo.

‘En esta ciudad hay mucha plata’

Slendy Nieto, de 32 años, comenzó vendiendo arepas cerca de un supermercado. Después sacó tiempo para trabajar como mesera y ayudante en reuniones y asados para ejecutivos mineros, y hasta administró un pequeño bar.

“En esta ciudad hay mucha plata; puedes trabajar en cualquier cosa y ganas bien”, dice.

Hoy está en cuarto año de ingeniería comercial, y ya adquirió dos vehículos con los que presta servicio de transporte personal a personal de la minera Esperanza y Michilla.

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